Paraguay produce alimentos para más de 80 millones de personas, con apenas el 0,1% de la emisión mundial de CO2. Sin embargo, esta potencia económica se sostiene principalmente por el esfuerzo privado, mientras los distintos gobiernos permanecieron ausentes en la formulación de políticas que garanticen el desarrollo integral del campo. Así afirmó el Ing. Agr. Alfredo Molinas, ex ministro de Agricultura y Ganadería, ex Ministro del Ambiente y actual asesor de la presidencia de la Universidad San Carlos, en su Blog, donde realizó una reflexión crítica sobre el abandono estatal del sector rural en Paraguay.
Como consecuencia de la desatención, señala que el campo paraguayo es más productivo, pero menos habitado y con una migración rural que desestructura el país desde adentro.
En su artículo, el especialista destaca que entre el 2008 y 2022, los censos agropecuarios muestran un incremento de la productividad, mecanización y eficiencia, pero a costa de una disminución de las fincas familiares. Indica que más de 110.000 fincas productoras de maíz desaparecieron, casi 78.000 productores de mandioca abandonaron el rubro, el algodón cayó un 99 %, pasando de 50.000 a apenas 423 productores y la producción de tabaco se redujo de 2.577 a 607 fincas.
La producción crece, pero con menos gente. Esto no es consecuencia de la mecanización, sino de la ausencia del Estado. “Solo el 15 % de los productores recibió asistencia técnica y menos del 15 % accedió a créditos”, explicó.
Según el Ing. Molinas, el arraigo rural debe ser el eje en cualquier estrategia de desarrollo nacional. No basta con producir más; las familias tienen que poder vivir dignamente en el campo, con acceso a la educación, salud, conectividad, crédito y empleo.
Además, señaló que la migración rural genera un doble impacto:
- El campo pierde población, y con esto también sus escuelas, puestos de salud y redes comunitarias.
- Las ciudades se saturan, generando informalidad, pobreza y presión sobre la infraestructura urbana.
Aunque las cifras globales del censo muestran estabilidad, indicó que hay 290.000 fincas y una leve reducción de la superficie cultivada. Lo cierto es que el campo vive un proceso de reconfiguración: desaparecen las fincas pequeñas y medianas, se concentra la producción y el Estado sigue sin intervenir de manera estratégica.
La migración rural forzada
Remarcó que las familias no abandonan el campo por decisión propia, sino por falta de oportunidades. El problema rural no se resuelve, solo se traslada a las ciudades.
El Ing. Molinas señaló que el impacto es evidente:
- En lo social: la agricultura familiar está abandonada y sin programas sostenidos.
- En lo productivo: los productores medianos y grandes operan sin previsibilidad ni respaldo estatal.
- En lo urbano: no hay estrategias para absorber la migración, zonas urbanas desbordadas y sin planificación.
A pesar de que el agro es uno de los pilares de la economía del país, afirmó que los sucesivos gobiernos no acompañaron ni al productor familiar ni al empresario agrícola. Señaló que no existen políticas agropecuarias de largo plazo. Los programas son fragmentos, sin continuidad. La cooperación internacional y ONG intentan llenar ese vacío, muchas veces de manera condicionada.
La urgencia de un nuevo pacto rural
Según la conclusión de Molinas, el Estado paraguayo tiene una deuda con su ruralidad. El país corre el riesgo de consolidar un modelo agropecuario rentable pero socialmente vacío. Sin políticas públicas de arraigo, el campo seguirá perdiendo su gente y las ciudades seguirán recibiendo los problemas que se generan por la falta de planificación rural.
Señala que es urgente un nuevo pacto para el campo paraguayo, que combine productividad con inclusión social y territorial. Se necesita apoyo real a la agricultura familiar, créditos accesibles y asistencia técnica, infraestructura rural, estrategias de diversificación económica y empleo digno.
Finalmente, remarcó que Paraguay puede y debe sostener su agroindustria sin abandonar a su gente.